Abnegación

El señor Andrés atravesó la portería caminando por fuera de los periódicos. Por la mirada de mi madre, supuse que no era la primera vez que borraba sus huellas. Al poco bajó su mujer, dejando un sello de tacón alto en el suelo.
Mi madre no siquiera levantó la cabeza. Arrodillada frente al cubo, sumergió la gamuza en el agua y borró su rastro.
-Mira-, dijo el señor Andrés señalando a mi madre, -mira con qué abnegación trabaja la chica. Al fin parece que nos salió buena-.
Lo primero que pensé es que se refería al detergente, pero mi madre sólo limpiaba con lejía y jabón lagarto.
Supuse entonces que se refería a la posición, y que aquello de abnegación debía ser como arrodillarse, pero más elegante.
Le pregunté a mi madre, pero no respondió. Por un momento, me pareció que se estaba arreglando el pelo, pero al darse la vuelta, descubrí que se estaba recogiendo las lágrimas con una horquilla. Con el delantal secó un par de gotas del suelo.
Abnegación solo podía significar una cosa: que aquel tipo era un hijo de perra.

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