El enjugador de lágrimas

El hombre enjugador de lágrimas decidió poner fin a su contrato con el mundo de las cosas previstas. Se introdujo en la botella de las frases que nunca se dicen, y armado con una fregona, se encargó de secar el suelo bañado por una sopa de letras.
Al final de la jornada tenía que entregar en la oficina de palabras perdidas todas las que había recogido en su palangana, pero él se guardaba en el delantal las letras que nadie quería, las que habían quedado sueltas. Por las noches, cuando nadie le veía, juntaba las piezas e inventaba palabras como Azulame o Lucirel, según la recolecta, y en un mundo imaginario, a miles de sueños de allí, nacía una niña preciosa con ojos de fresa, digna de llevar ese nombre, o alguien inventaba una vacuna llamada Lucirel, capaz de erradicar para siempre la soledad y la tristeza.

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