Rubén Blades

Nada más subir al metro de Nueva York me encontré con Rubén Blades. Pantalón de lino, pañuelo al cuello y un sombrero ladeado, me fui para él y le saludé con un ¡Hola Rubén, encantado! Tendí la mano buscando sus ojos tras las gafas, pero él no copió la cortesía.
Justo cuando retiraba la mano, Rubén me enseñó una pieza de oro de su media sonrisa, se inclinó hacia mí y me asestó un navajazo en la barriga que se asustó hasta el cuchillo.
Tapé el siete con un pañuelo y me retiré al fondo del vagón. Disculpa Pedro, le grité mientras se apeaba, te había confundido.

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