Cerrar el círculo

Nació con tres vueltas de cordón en el cuello, morado y al bordo de la asfixia, los médicos dijeron que unos minutos más y habría salido muerto. Tras unas horas con la mascarilla de oxígeno recuperó el color natural, pero no consiguió superar la angustia en toda su vida.
Durante los últimos meses se había acentuado la depresión y sus manías obsesivas. Se pasaba las tardes en los centros comerciales, probando todos los cinturones que encontraba en las tiendas. Primero tanteaba la piel de las correas, buscaba la más suave de todas, una bien resistente. Después tomaba la correa elegida y apretaba un extremo con cada mano, las juntaba frente a los ojos y tensaba bruscamente el cinturón, haciendo un ruido seco como un latigazo que siempre alertaba a las dependientas.
Aquella tarde parecía decidido a comprar una correa, porque en tres tiendas consecutivas superó la prueba del latigazo y pidió paso en el probador. Desestimó los tres primeros cinturones, pero el cuarto parecía cumplir todos sus requisitos y solicitó probárselo en los vestidores, a lo que el vendedor accedió con extrañeza. Después de unos segundos tras la cortina, soltó un par de palabras de aprobación, pidió un taburete al dependiente y volvió a encerrarse en el vestidor. Cinco minutos después lo encontraron colgado de una viga.

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