El control

El ritual se reproduce periódicamente, y viene precedido de una suma de sensaciones desagradables: la opresión en la cabeza, una ansiedad que te incinera por dentro, desprecio por tu modo de vida, angustia y por fin un cóctel de ansiolíticos.
Al despertar, me siento en la cocina y descuelgo el reloj de la pared: son las doce de la mañana, o las tres de la tarde, otro día perdido. Entonces muevo las agujas del reloj hacia atrás y son las nueve de la mañana, desayuno y me ducho. Al finalizar son las 9’43 minutos, saco la pila del reloj y la guardo en el bolsillo. Salgo a la calle a pasear, no necesito hablar con nadie. Compro el periódico, tiro los suplementos, me siento a tomar el sol. Palpo la pila en el bolsillo, sigo teniendo el control, me pongo en pie y camino de nuevo. Pasan dos, quizás tres horas hasta que vuelvo a casa.
Cuando llego, el reloj de la cocina sigue marcando las 9’43 minutos, introduzco la pila y el tiempo vuelve a correr. A esas alturas ya no me importa lo que suceda, porque siento que todo está en mis manos, que en cualquier momento puedo mover las agujas a mi antojo y comer si me apetece, o pasear de nuevo, si me apetece, o precipitar la hora de la cena. Solo si me apetece.
La tarde se echa encima mansamente entre canciones, libros o cualquier entretenimiento absurdo, pongamos que ordenando fotografías. Cuando me entra sueño vuelvo a dejar todo en su lugar, el reloj en la pared, el álbum en la estantería y amontono los CD donde siempre.
Por la mañana me despierta el reloj de pulsera con su alarma laboral y la pantalla parpadeante, como el luminoso de un burdel de carretera. Automáticamente monto la cafetera, tomo una ducha rápida y desayuno de pie junto al fregadero. El reloj de pared marca las once, el de pulsera las ocho, me apetece quedarme y desayunar tranquilo pero tengo que irme, quisiera leer y escribir, eso me gusta, y no volver al trabajo en esa monótona oficina. Entonces comienza a oprimirme la evidencia de que el tiempo ya no está en mi manos, vuelve la angustia y la ansiedad, una sensación que no acabará hasta que consiga sincronizar lo que quiero hacer con lo que estoy haciendo, cuando abandone ese lapso de tiempo incierto en que me siento cada vez más triste.

This entry was posted on sábado, abril 01, 2006. You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0. You can leave a response.