El termómetro

Una capa de escarcha cubre la montaña de cartones, y sepultada debajo, Adriana Sereskova se frota los ojos para descubrir que Moscú amanece de nuevo bajo un cielo gris como el asfalto. El pequeño Andrei tirita de frío, 35 grados bajo cero son demasiados para un niño de dos años. Adriana se quita una lágrima congelada de la mejilla y la pone en los labios de su hijo, que la absorbe con ansias.
En las antípodas climatológicas, 70 grados al norte del termómetro, Asunción Bretal despierta con la camiseta sudada y un sol como una sandía. Hacía tiempo que no se vivía un verano tan aluroso en Mar de Plata, y los centenares de indigentes que ha parido la crisis argentina se agitan por las calles buscando una sombra o haciendo cola en las fuentes de agua. El pibe Gustavo se agita en el regazo de Asunción, tiene los labios cortados y la fiebre muy alta, los 35 grados le deshidratan. Su madre se exprime los ojos y deja caer una lágrima en la boca del pequeño, que hace círculos con la lengua de trapo buscando donde mojarla.

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