La casa de mi abuelo

La casa de mi abuelo se ha muerto. Durante un tiempo perteneció al guarda agujas de la estación, pero lo destinaron a otra mi provincia y entonces la ocupó mi abuelo, también ferroviario. Era una casa antigua, con vigas de madera y dos habitaciones que daban a las vías del tren. Allí murió mi primer perro.
El abuelo empleaba aquella casa como segunda vivienda, aunque hubiese querido que fuese la primera. Llegaba cada verano con una lata del cal viva y pintaba toda la fachada como en los pueblos de Andalucía, después cambiaba las tejas rotas, tapabas las goteras, podaba el rosal y apuntalaba con cañas la enredadera. Estuvo toda su vida luchando contra el nogal que levantaba el suelo del patio con las raíces. Si el árbol hacía una grieta, él volcaba una carretilla de cemento, y así uno y otro verano hasta levantar el suelo dos palmos.
Este diciembre volví a la casa pero ya no era la misma. Las paredes estaban sucias y desconchadas, las tejas rotas y los armarios olían a humedad y a telarañas. El rosal se había secado y la madreselva había saltado la tapia junto a las vías. Mi abuelo murió en noviembre y el nogal ya había cuarteado el patio como si fuera de arcilla, él ganaba la partida.

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