La jaula del cuerpo

Pellízcate el codo, casi no sientes nada. Él tenía esa misma insensibilidad en todo el cuerpo, te hablo de un hombre sin tacto, sin roce. Perdió la sensibilidad después de un accidente, una lesión en el sistema nervioso central. Dejó de notar, simplemente, y al principio pensó que podría vivir con ello. No podía.
Pronto comenzó a ver su cuerpo como una jaula, aislado del exterior, parecía que la piel se le hubiese convertido en plástico, no tenían ninguna sensación, y la vida se volvió muy complicada. No sentía ni frío ni calor, perdió el sentido de las distancias. Le costaba coger cualquier objeto, tenía que seguir con los ojos cada maniobra de sus manos, porque los dedos no percibían el tacto de las cosas.
Intentó adaptar su entorno para protegerse de todo lo que no podía tocar, pero era demasiado vulnerable. Los indicadores digitales de temperatura impedían que se escaldase con el agua de la ducha, se alejaba del fuego, de los objetos punzantes, de los cuchillos. Compró decenas de zapatos que no podía usar porque le rozaban, las costuras podían clavarse en la carne y abrirle heridas que no notaba. Cambió las cuchillas de afeitar por una máquina eléctrica, necesitaba que le hiciesen la manicura, e incluso fregar los platos podía ser una amenaza. Un día, fregando un puchero hondo, se gastó las yemas de los dedos como si fueran una goma de borrar.
Se sentía extraño, se ahogaba dentro de su cuerpo como si lo hubiesen encerrado en una bolsa, como si estuviese cubierto de cera. Podía pasar horas y horas tendido boca arriba sobre la cama, sin más vida que un cadáver. Recordaba el tacto rugoso de los limones, la humedad del agua, la piel suave de su mujer, el pelo sedoso, la frialdad del mármol, la calidez de la madera de abedul. Podía llorar hasta arrugarse la piel de las mejillas, pero era incapaz de notar como se deslizaban las lágrimas.
En algún momento dejó de recordar esas cosas, y con ellas perdió la única sensación que le quedaba, la de estar vivo. Una mañana se ahorcó de la viga del salón, se apagó lentamente con media sonrisa en la boca. La soga no le hizo ningún daño hasta que cedió la traquea con un chasquido, algo parecido a lo que se siente al explotar un globo de agua con los dedos.

This entry was posted on sábado, abril 01, 2006. You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0. You can leave a response.