Archive for 2007

Nostalgia de Lisboa*

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La garganta de Poveda es un túnel que desemboca en Lisboa. Esa ciudad donde los balcones se arrugan de melancolía y los niños se bañan en las piletas; donde el fado te guía por estrechos callejones hasta una minúscula taberna, y allí siempre hay una señora que te sirve una Sagres mientras su viejo remoja los callos en una palangana de agua tibia. Esa Lisboa, me refiero, adonde uno acude a perderse cuesta abajo y cuesta arriba, con la esperanza de que al doblar la siguiente esquina, aparezca un tranvía que deambula por calles sin raíles, deslizándose cansinamente por los renglones torcidos de Antunes, Saramago o Pessoa.

*`Meu fado meu'. Miguel Poveda y Mariza (BSO Fados).

Pasa la vida

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La simpleza del tiempo es que pasa sin que tú hagas nada a cambio. La única rebeldía puede ser morir, y ni eso, porque el reloj no se detendrá, no te prestará ni un segundo de atención, no perderá la cuenta, no le pondrá tu nombre a una hora del día.

De manera que el único acto heroico, el gesto más original, sería aprovecharlo, apurarlo hasta el borde, a sorbos o a bocados, hasta el día en que te levantes sin ganas de vivir. En ese instante, cuando comprendas que no es el tiempo lo que importa, descubrirás que ya es demasiado tarde.



Mal momento

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Las muertas por anorexia
dejarán de pesar para siempre,
velarán cadáveres transparentes
en pisos patera, junto a un centenar
de inmigrantes e indigentes
que también se mueren de hambre.
Un cura pederasta les dará
la extremaunción desde un televisor,
esa caja de luces a medio camino
entre el burdel y la Iglesia.
Después sepultarán sus raspas
en ataúdes con hipoteca,
porque la multinacional que los fabrica
cobra a precio de oro los modelos
que se salen del estándar.
En este mundo,
se paga con la vida
salirse de la media.

Barceloneta

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Por la playa pasea un galgo,
una pareja toma el sol
y pan y galletas,
como en una comida frugal
de Picasso.
El mar está calmado,
pero las olas suenan más en invierno,
quizás porque hay menos orejas
para escucharlo.
Un camión fabrica un dique a lo lejos,
una niña construye un fuerte a mi lado.
Los críos juegan a pillar
con las lenguas del mar,
y al fondo,
fino como el horizonte,
se pierde el galgo.

De paseo

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Ruido, conversaciones, gafas
orejas grandes en cabezas chicas,
pelo teñido, recogido,
malpeinado, canoso.
Ojeras por fuera y penas por dentro,
luces de Navidad sobre un estanco
del que sale
un candidato a enfermo de cáncer.
Se abren las puertas, pero
nadie sube, nadie baja,
los mismos bultos
en este autobús hacia el centro
de ninguna parte.

El retrovisor

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Carretera y horizonte, los Gypsy Kings a todo trapo en el cassette del coche y unos dedos telegrafiando el compás en el volante. Atrás queda todo, adelante, quien sabe. El cinturón le ciñe el pecho y eso le recuerda que vuelve a respirar hondo, que ya no hay pena que le oprima los pulmones ni piedras en el corazón. Entonces suena ‘my way’ y sube el volumen hasta romper la tuerca. Arranca el retrovisor junto a la foto que cuelga y lo tira por la ventanilla. Su madre le quitó así el chupete treinta años atrás y nunca volvió a echarlo en falta. Tal vez también funcione con ella.