El encierro

Queridos mozos,
Hoy no he podido ver el encierro, porque esta empresa opresora para la que me prostituyo me obliga los viernes a comenzar el servicio una hora antes. Sin embargo, he aprovechado el trayecto en metro (dejé la moto) para protagonizar un encierro memorable.
Entrando a la boca del metro he cogido un periódico de esos que regalan, lo he doblado convenientemente y me he ajustado los cordones de las zapatillas. He estado calentando durante todo el trayecto desde Maragall a Sants, haciendo estiramientos, esprintando por el vagón. Llegando a la parada, me he girado hacia un gordo con barba y le he cantado tres veces, encomendándome al santo patrón. Después se han abierto las puertas y ha comenzado el encierro. Todo el pasillo de Sants, trasbordo de una a otra línea, conduciendo a los cientos de morlacos que caminaban hacia coso laboral.
He repartido golpes de periódico por doquier, algunas, las más bravas, se giraban apuntando al pecho con sus pitones, pero en general había mucho cabestro y bastantes mansos.
En la esquina de la línea verde con la roja se me ha cruzado un mozo y casi me empitona un bicho de 600 kilos. Tenía más cara de gorrino, pero a mí no me engaña, ese estaba toreado. Me he ceñido a una papelera, le he dado un quite prodigioso con la chaqueta y el muy resabido no ha cogido el engaño. Los pitones me han pasado rozando el pecho y cuando ya pensaba que estaba a salvo, me ha atizado una hostia con la mano abierta, arrebañándome el pescuezo.
Por fortuna me he rehecho, y ayudándome con el periódico he conducido a toda la manada hasta los vagones de la línea roja. Allí he cogido el capote y los he me metido por la puerta del chiquero con lances que han puesto de puntillas al respetable. Una chicuelina, una larga cambiada enlazada con media verónica y rematando por gaoneras. Todo el andén puesto de pie y pidiendo el justo premio de las dos orejas.
Sabe Dios que yo no quería, y doy fe de que lo he pasado mal cuando el público ha saltado al ruedo y le ha cortado el rabo a un pobre oficinista de 40 años. Por no hacerles un feo, me he tenido que venir al trabajo con la verga de ese infeliz guardada en el bolsillo. A ver qué hago yo con esto.

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One Response to “El encierro”

david dijo...

No es un cuento como tal, pero me hace gracia.