Curiosidad

A diario desayuno en el mismo bar, un zoológico urbano en el que se mezclan empresarios que mojan el meñique del cruasán con elegancia, albañiles con bocadillos envueltos en papel de plata y los primeros borrachos del día, los que empiezan con el sol y se acaban bebiendo hasta la sombra.
Ninguno de ellos parece escuchar el timbre del teléfono público que está colgado junto a la barra, suena insistentemente de 8.30 a 8.35 minutos de la mañana, cada día, con la misma puntualidad que el panadero sirve las barras y el ciego se instala con los cupones junto a la puerta de la cafetería.
Ayer me pudo la curiosidad y decidí descolgar el teléfono. Contesté con un "¿Sí?" bastante tímido, y recibí por respuesta un seco "gilipollas". Miré a mi alrededor por sí alguien me estaba observando, todos seguían enfrascados con el cruasán o el salchichón, dejé el teléfono en su sitio y me escurrí hacia la puerta. Hoy he pasado de largo.

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